Aunque es cierto que las enfermedades cardiovasculares afectan, principalmente, a individuos adultos de más de 40 años, es ampliamente reconocido y aceptado que la salud cardiovascular se origina en la infancia1.
La prevalencia de obesidad en la niñez y en la adolescencia crece drásticamente y representa un problema de salud pública relevante en los países desarrollados y en muchos países en desarrollo2.
En España, el exceso de peso en la población infantil se ha estabilizado en los últimos diez años, si bien afecta al 45,2% de los niños y niñas con edades comprendidas desde los seis hasta los nueve años3.
Cada vez encontramos más evidencia científica que relaciona el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares en el adulto con la plasticidad y programación en las etapas criticas tempranas del proceso de crecimiento y desarrollo. La combinación de una baja talla al nacer junto con un incremento rápido en peso entre los tres y los 11 años de edad, conduce a un aumento del riesgo de padecer cardiopatías, diabetes mellitus tipo 2 e hipertensión arterial en edades adultas.
La leche materna es el alimento más importante y beneficioso, a corto y largo plazo. Se ha observado una disminución en el riesgo de desarrollar obesidad y otros factores de riesgo en el adulto en niños alimentados con leche materna en la infancia1.
La adolescencia es otro de los periodos críticos para el inicio o la persistencia de la obesidad y para el desarrollo de sus complicaciones. La obesidad está asociada a problemas relevantes de salud en la población pediátrica y es un factor de riesgo para muchas morbilidades y mortalidad en la vida adulta5. Aunque existen factores genéticos que predisponen a ella, existen estudios que destacan factores ambientales y comportamentales, así como el mayor consumo de alimentos como principales causas. Es evidente que existe en nuestra sociedad un ambiente "obesogénico" dirigido en gran parte al mercado adolescente4.
En el estudio de prevalencia de obesidad infantil "Aladino" se consideran además como factores de riesgo el pertenecer a una familia con menos recursos o nivel de estudios inferior, comer en casa en lugar de en comedor escolar, disponer de ordenador, consola o televisión en la habitación y dedicarle muchas horas, así como pertenecer al género masculino3.
Aunque el impacto de la dieta en los factores de riesgo cardiovascular ha sido estudiado ampliamente en los adultos, en niños ha sido menos estudiado. Existe una asociación negativa entre salud cardiovascular y aumento de la ingesta de sodio, grasas saturadas, carne, comida rápida y refrescos. En contraste, la vitamina D, la fibra, los ácidos grasos mono y poliinsaturados, productos lácteos, frutas y verduras están positivamente relacionadas con la salud cardiovascular5.
El índice de masa corporal (IMC) es la medida más comúnmente usada de adiposidad, se calcula dividiendo el peso por el cuadrado de la altura (kg/m2). Se eleva rápidamente desde el nacimiento hasta la edad de dos años, disminuyendo a la edad de 5-6 años para ir aumentando nuevamente a lo largo de la infancia y la adolescencia.
Es un método no invasivo, pero su uso para definir sobrepeso y obesidad tiene limitaciones: no permite distinguir entre masa grasa y músculo ni informa sobre distribución de la grasa corporal (la adiposidad central es la más relacionada con riesgo cardiovascular). La exactitud del IMC en la infancia varía sustancialmente (rebotes de adiposidad, grado de maduración sexual, género…), por lo que establecer una definición de obesidad infantil en la práctica clínica es más difícil que en adultos6.
Existen otras herramientas que pueden ayudar a medir la obesidad, tales como la circunferencia de la cintura, la circunferencia del cuello, los pliegues, el índice cintura/cadera, el índice cintura/altura, el índice de adiposidad corporal, el índice ponderal de Rohrer, el índice de Benn e índice de masa grasa7,8.
En un estudio de cohortes retrospectivo llevado a cabo sobre 2 298 130 adolescentes judíos de edades comprendidas entre 16-19 años se evaluó la asociación entre IMC y muerte por enfermedad coronaria, accidente cerebrovascular o muerte súbita en edad adulta. Los valores del IMC se agruparon en percentiles.
La obesidad (P > 95) se asoció claramente con enfermedad coronaria, accidente cerebrovascular, muerte súbita, cualquier causa cardiovascular y causa no cardiovascular. El sobrepeso también se asoció con un aumento de mortalidad cardiovascular.
El riesgo fue menor entre los participantes que se encontraban en los grupos percentiles 5 a 24 y 25 a 49. A partir del P 50, los datos crudos muestran un aumento progresivo de la mortalidad a medida que aumenta el IMC. Este aumento de riesgo es ya evidente a los diez años de seguimiento, aunque es más importante a los 30 a 40 años de seguimiento9.
Evidencias en Pediatría, en este número10, nos presenta este artículo valorado críticamente y se concluye que claramente aporta, con una potencia estadística alta, evidencia adicional sobre las implicaciones pronósticas de la obesidad en la adolescencia y el riesgo cardiovascular en la edad adulta. Además, añade incertidumbre sobre el umbral de IMC a partir del cual aumenta el riesgo cardiovascular, al no parecer seguro un IMC entre el P 50 y 7410.
La relación entre IMC a los 11 años y mortalidad cardiovascular a los 77 años fue evaluada en una muestra representativa escocesa, encontrándose asociación, y también con varios tipos de cáncer11.
Sin embargo, otros estudios han demostrado que la precisión del IMC en la infancia es baja, ya que la mayoría de la morbilidad relacionada con la obesidad en adultos ocurrió con un peso saludable en la infancia. El peso corporal excesivo (sobrepeso u obesidad) no se asocia con aumento de factores de riesgo cardiovascular y ateroesclerosis en todos los individuos, sino únicamente en aquellos que de adultos continúan siendo obesos, mientras que aquellos con peso normal, aunque excesivo en la infancia, tenían riesgo similar a los adultos que nunca fueron obesos12.
A pesar de ello, existe una correlación entre el IMC en la infancia y el de la fase adulta. En un estudio se demostró que el 77% de los niños con exceso de peso se convirtieron en obesos en la vida adulta, presentando mayores prevalencias en la glucemia, tensión arterial y HDL comparados con el grupo con IMC normal. A mayor severidad de la obesidad, existe mayor riesgo de comorbilidades (síndrome metabólico). El IMC elevado y la hipertensión se asocian con peor estructura cardiaca a expensas de una masa ventricular izquierda mayor y una peor función diastólica13.
El incremento rápido del valor del IMC supone mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares entre hombres de mediana edad (media de 25,9 años), aunque esta asociación fue menos pronunciada entre las mujeres14.
Las comorbilidades parecen afectar más a los obesos que a los que tienen sobrepeso, más al género masculino y más a los mayores de diez años12.
Actualmente el sobrepeso y la obesidad se considera una pandemia mundial, en 2010 se estimaron como responsables de 3,4 millones de fallecimientos, 3,9% de años de vida perdidos y 3,8% de discapacidad ajustada de años de vida, por lo que se ha convertido en un reto de salud global muy importante. España es el tercer país del mundo con las mayores tasas de sobrepeso (18,48%) y obesidad (9,13%) en niños y adolescentes15.
Por tanto, se deben de llevar a cabo intervenciones en la población para modificar hábitos de vida, comenzando ya desde la propia escuela, fomentando la actividad física y una dieta saludable para así disminuir el riesgo de morbilidades y mortalidad cardiovascular de nuestros niños en la etapa adulta16.
Medina Navarro M. Índice de masa corporal elevado en Pediatría y riesgo cardiovascular en el adulto. Evid Pediatr. 2016;12:57.