Sánchez Etxaniz J, Benito Fernández J, Mintegi Raso S. Bronquiolitis aguda: ¿por qué no se aplica lo que se publica? Barreras en la transmisión del conocimiento. Evid Pediatr. 2007;3:88.
“Basados en su práctica clínica, los médicos suelen obtener desastrosas conclusiones dado que carecen del conocimiento del método científico y creen, cuál un lego, que no se requiere capacitación para interpretar la evidencia”. The doctor’s dilemma. George Bernard Shaw, 1911
Como el turrón por Navidad, como todos los años, cuando empieza a despuntar el invierno los casos de bronquiolitis aguda (BA) se presentan en nuestros lugares de trabajo. Y, como todos los años, por momentos llegarán a saturarlos, tanto las consultas extrahospitalarias, como los servicios de urgencias, como las plantas de hospitalización. Y como todos los años, nos preguntaremos “¿hay algo nuevo?”. Y tendremos que contestar: “Pues, realmente nada”. El artículo revisado y comentado en este número1 sobre el reciente ensayo clínico (EC) de utilización de dexametasona en la BA2 así viene a ratificarlo una vez más. Como comentan los revisores, este EC multicéntrico (600 casos), de correcto diseño y realización, y con la suficiente potencia para extraer conclusiones válidas, debe definitivamente disipar algunas dudas que surgieron tras los sorprendentes resultados publicados en el año 2002 por Schuh et al3 (estudio unicéntrico con 70 casos). Cornelli y su grupo2 concluyen que tras la administración de una dosis oral de dexametasona (1 mg/kg), en comparación con placebo, no se encontraron diferencias ni en las tasas de ingreso, ni en el grado de gravedad del episodio a las cuatro horas de su administración, ni en la evolución posterior (reconsultas o ingresos). Un valor añadido importante de este EC es que estos resultados no son sólo aplicables al global de casos de BA, sino que se mantienen también cuando se hace el análisis por subgrupos (pacientes con/sin antecedentes personales de atopia; con/sin antecedentes familiares de asma; virus respiratorio sincitial +/-). Es un irrefutable apoyo a la evidencia acumulada previamente, que ya sustentaba la recomendación previa (grado A) de no incluir a los corticoides en el manejo habitual de la BA, que hacía, entre otros, una revisión sistemática de la Colaboración Cochrane4.
La BA es una entidad clínica muy conocida por todos los pediatras, que supone un problema de primera magnitud en todo el mundo, tanto por su elevada incidencia estacional, como por el importante consumo de recursos que genera. Constituye la primera causa de ingreso hospitalario por problemas respiratorios en los menores de un año de edad. En ese grupo la tasa de hospitalización reportada oscila entre un 1-3,5%, tanto a nivel nacional, como en Europa, como en Estados Unidos y Canadá, apreciándose además una tendencia al incremento de dichas tasas en la última década5-7. La mortalidad referida es menor del 0,5% de los casos ingresados. Los costes económicos varían dependiendo del sistema sanitario: a principios de esta década se estimaba que el coste medio por caso hospitalizado era de unos 1.600 € en Holanda, de 6.000 en Estados Unidos y de unos 2.300 en la Comunidad Valenciana5.
Quizás por eso las bibliotecas y, en los últimos años, las páginas de Internet están llenas de artículos sobre esta enfermedad. Si uno introduce en el buscador Google el término “bronchiolitis” aparecen más de 1.180.000 entradas. Entre tanta información a veces es difícil encontrar donde están los datos realmente interesantes, contrastados y que aporten algo a nuestra práctica diaria. Si uno está acostumbrado a visitar páginas que utilizan Medicina Basada en la Evidencia (MBE), realizan revisiones sistemáticas o que ofrecen guías de práctica clínica con sus grados de recomendación, fácilmente va a encontrarlos. Unos buenos ejemplos son la Guía del Hospital de Cincinnati8, las Guías de actuación británica9, francesa10 o suiza11. O las periódicas revisiones de la Biblioteca Cochrane en diferentes cuestiones relacionadas con la enfermedad4,12-16. En diferentes revistas pediátricas han aparecido en los últimos años excelentes trabajos de revisión y análisis de las controversias existentes17,18, siendo uno de los últimos la publicación en el año 2006 de la Guía de práctica clínica de la Academia Americana de Pediatría19. En nuestro país se publicaron en el año 2001 varios artículos que revisaban la evidencia existente, e indicaban pautas de actuación clínica20,21. En esta misma revista, el año pasado se analizó el papel de los broncodilatadores y la adrenalina22.
Y, sin embargo, a pesar de tanta información y evidencias, algo sigue fallando. El manejo de los casos de BA es uno de los ejemplos de la medicina actual en donde la práctica diaria (“lo que hacemos”) se separa con más frecuencia de la deseable de la evidencia científica (“lo que sabemos”). Esto da lugar a prácticas clínicas muy dispares, más relacionadas con “las preferencias individuales” de los médicos que atienden niños con BA, que con la gravedad de los episodios y su ajuste a criterios probados. Y no es un pecado nacional. Es una realidad constatada a lo largo y ancho del planeta, según se refleja en la literatura6,7,23. La prescripción en la práctica diaria de broncodilatadores, corticoides y antibióticos es un hecho reconocido en diferentes países, aunque vaya en contra de las pruebas científicas y los grados de recomendación actuales.
La historia de la medicina está plagada de ejemplos de procedimientos, no ya inútiles, sino perjudiciales, que mantuvieron su vigencia durante largo tiempo. Se ha verificado que en Estados Unidos y Holanda, el 40% de los pacientes no reciben cuidados acordes a la mejor evidencia24 y que un 25% recibe cuidados innecesarios o perjudiciales25. Es decir, no se aplica lo que se publica. ¿Por qué ocurre? “¿Por qué no hacemos lo que sabemos?” Sin lugar a dudas por un cúmulo de circunstancias, variables según la patología concreta a que nos refiramos. Es quizás por eso que en el año 1995 se formó en Canadá el PERC (Pediatric Emergency Research of Canada)26,27, uno de cuyos objetivos es tratar de descubrir, primero, las barreras u obstáculos que dificultan la implementación de las medidas recomendadas por la evidencia científica, para, después, poner en marcha las acciones que las venzan. Es lo que ellos denominan “el círculo de la traducción del conocimiento” (Knowledge Translation Loop). Es un planteamiento novedoso. Ya hay suficiente evidencia en algunos campos. Y hay suficientes medios al alcance de todos (publicaciones escritas, Internet, congresos…) para propagarla. Por eso algunos esfuerzos se han orientar de otra forma. Un ejemplo es lo que ha hecho este grupo canadiense para mejorar la utilización de las cámaras de inhalación en el manejo de las crisis asmáticas28. Es un tratamiento ampliamente sustentado en la MBE, pero que es escasamente utilizada en los servicios de urgencia. Por ello han realizan un estudio multicéntrico en 10 hospitales, planteando un supuesto clínico a médicos y enfermeras de urgencias y neumólogos, preguntándoles qué es lo que creían que se debía hacer, qué es lo que ellos hacen y porqué. A partir de ahí analizan las diferentes barreras encontradas y posibles acciones correctoras. Creemos que éste es un campo prometedor en el que debiéramos trabajar más en nuestro medio. En el ámbito de la BA que nos ocupa y, aunque nosotros no hemos realizado aún dicha encuesta, y por lo tanto son hipótesis de trabajo, hemos hecho un análisis de las posibles barreras existentes y de las acciones que las pudieran contrarrestar:
Sánchez Etxaniz J, Benito Fernández J, Mintegi Raso S. Bronquiolitis aguda: ¿por qué no se aplica lo que se publica? Barreras en la transmisión del conocimiento. Evid Pediatr. 2007;3:88.